Un fuerte gesto de apoyo de Donald Trump al gobierno de Javier Milei generó una ola de optimismo en los mercados financieros argentinos. Este espaldarazo político se tradujo en una mejora de los indicadores clave, abriendo un debate sobre la sostenibilidad de esta confianza y sus verdaderas implicancias para la economía real.
Durante la última jornada, los principales indicadores financieros del país mostraron una marcada tendencia positiva. Los bonos soberanos en dólares registraron subas significativas, impulsando una nueva caída del riesgo país, que perforó la barrera de los 1.200 puntos básicos, un descenso de más del 6 por ciento. En paralelo, los dólares financieros, como el contado con liquidación y el MEP, operaron a la baja, descomprimiendo la tensión cambiaria de las últimas semanas.
El catalizador de este optimismo fue, según coinciden la mayoría de los analistas de mercado, el explícito respaldo del expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, a las políticas de ajuste fiscal y desregulación de Javier Milei. La reunión entre ambos en una conferencia conservadora en Washington fue leída por los inversores internacionales como una señal de fuerte alineamiento y validación externa, un factor que a menudo pesa en la percepción sobre economías emergentes.
Sin embargo, es crucial analizar este fenómeno con una mirada más profunda. La reacción del mercado responde a expectativas y a la confianza de un sector financiero global que suele ver con buenos ojos los programas de austeridad. Este tipo de respaldo ideológico puede generar un alivio a corto plazo, pero no resuelve los desafíos estructurales de la economía, como la caída de la actividad, la licuación de los salarios y las jubilaciones, y la creciente tensión social.
De acuerdo a especialistas en finanzas, esta mejora es un “voto de confianza” condicionado a que el gobierno logre avanzar con su agenda legislativa y mantenga la disciplina fiscal. La euforia de los mercados es, por naturaleza, volátil. Dependerá de los resultados concretos de la gestión y de la capacidad del gobierno para construir consensos políticos y sociales que den sostenibilidad a su proyecto, más allá de los guiños internacionales.
Aunque los números de la city porteña parezcan lejanos, sus efectos se sienten en cada rincón del país. Para el Alto Valle, una baja en el riesgo país podría, a largo plazo, abaratar el crédito para la reconversión productiva de nuestras chacras. Sin embargo, la calma del dólar financiero contrasta con la incertidumbre de los productores frutícolas que deben liquidar exportaciones en un escenario de costos internos en alza. La economía real, la que se vive a la vera de la Ruta 22, espera respuestas que vayan más allá de los vaivenes de los bonos.
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