Cada 12 de octubre, la efeméride nos interpela a ir más allá del recuerdo histórico. La fecha es una invitación a reflexionar sobre la compleja trama de nuestra identidad, un mosaico de pueblos y culturas que a menudo ignoramos en el día a día. Entender esta diversidad es entender el país que somos y el que podemos construir.
El cambio de nombre de la conmemoración, de “Día de la Raza” a “Día del Respeto a la Diversidad Cultural”, no fue un simple gesto semántico. Según historiadores y referentes de pueblos originarios, representa un giro fundamental en la mirada sobre nuestro pasado y presente: pasar de una visión única y eurocéntrica a una que reconoce la preexistencia de culturas nativas y el aporte de cada corriente migratoria que forjó la Argentina.
Sin embargo, esa celebración convive con una contradicción dolorosa. Frases como “el bolita nos sacó el laburo” o prejuicios sobre migrantes de países vecinos resuenan en nuestras conversaciones cotidianas. Analistas sociales señalan que estos discursos xenófobos ignoran que nuestra nación se construyó, literalmente, con el sudor y los sueños de quienes llegaron de todas partes del mundo, buscando un futuro mejor.
Argentina es, en su esencia, tierra de encuentro. Desde los barcos que llegaron de Europa a principios del siglo XX hasta los flujos migratorios más recientes desde Latinoamérica, cada comunidad trajo consigo sus saberes, sus tonadas y sus sabores. Olvidar esto es negar la base sobre la que se edificó nuestra sociedad: una mezcla que, con sus tensiones y desafíos, nos hizo únicos.
El sueño de una Patria Grande, imaginada por figuras como San Martín o Bolívar y anhelada por los pueblos originarios, no hablaba de fronteras rígidas ni de identidades homogéneas. Era una visión de unidad en la diversidad, de un continente libre y solidario. Hoy, ese ideal nos recuerda que la riqueza de un pueblo no está en su pureza, sino en su capacidad de integrar, respetar y aprender del otro.
Aquí, en el Alto Valle, esa realidad es palpable. Nuestra región creció con el trabajo de familias mapuche, pioneros europeos, migrantes chilenos que cruzaron la cordillera y compatriotas de Bolivia y el norte argentino que llegaron para levantar la cosecha en nuestras chacras. La próxima vez que compartamos la vereda o el trabajo con alguien de tonada diferente, recordemos que esa diversidad es la que hace fuerte a la Patagonia. Es el reflejo de una historia compartida que nos enriquece y nos define como pueblo.
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