La escena política argentina se ha vuelto un campo de acusaciones cruzadas y una virulencia que enciende alarmas. Mientras la dirigencia se enfrasca en una batalla de descalificaciones, los problemas reales de la gente quedan en un segundo plano. Esta nota analiza las causas y consecuencias de esta peligrosa desconexión.
Acusaciones de vínculos con el narcotráfico, debates parlamentarios que se asemejan a peleas callejeras y un cruce incesante de agravios entre las máximas figuras del poder. El tono de la discusión pública ha escalado a un nivel de violencia que parecía impensado, donde la descalificación personal reemplaza cualquier intento de debate de ideas.
Mientras tanto, fuera de los estudios de televisión y los recintos legislativos, la agenda de la ciudadanía es otra. Familias que no llegan a fin de mes, jubilados con haberes pulverizados por la inflación y la amenaza creciente de drogas letales como el fentanilo adulterado, según alertan especialistas en salud pública. La brecha entre el espectáculo político y la urgencia cotidiana es cada vez más profunda.
Gran parte de esta dinámica se alimenta en el ecosistema de las redes sociales. La política se ha convertido en un producto de consumo rápido, diseñado para el impacto en TikTok o Instagram. Faltan propuestas y sobran los recortes efectistas, un conventillo digital que premia el grito sobre el argumento y erosiona la posibilidad de cualquier diálogo civilizado.
Esta escalada no es inocua. La degradación del debate público destruye la confianza en las instituciones y fomenta una polarización que impide construir consensos básicos. Cuando la energía política se consume en la agresión, se vuelve imposible abordar con seriedad los desafíos estructurales del país, desde la economía hasta la seguridad.
Desde el Alto Valle, este ruido se siente lejano pero sus efectos son concretos. La parálisis y el enfrentamiento en los centros de poder nacional se traducen en falta de respuestas para nuestras economías regionales, incertidumbre para los productores y una crispación que, de a poco, también contamina nuestros debates locales. Resolver los problemas de la Patagonia norte requiere de una política con altura, no de este eco de furia.
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