La política universitaria del primer peronismo fue una paradoja andante: desmanteló la autonomía reformista de 1918 pero, al mismo tiempo, decretó en 1949 la gratuidad que abrió las puertas de la educación superior a los hijos de los trabajadores. Esta dualidad, entre el control ideológico y la masificación democrática, sembró una tensión que atraviesa la historia argentina y que hoy, con otros actores y discursos, vuelve a sentirse con fuerza en cada aula y laboratorio del país.
Esa tensión explota hoy en la discusión salarial. Mientras el gobierno actual ofrece aumentos que, según los gremios docentes, no alcanzan a cubrir la inflación, en redes sociales circulan comentarios sobre sueldos de 300.000 pesos como si fueran un privilegio, ignorando la formación y la pérdida de poder adquisitivo. La promesa de una mejora real, de acuerdo a reportes, se patea para el año que viene, dejando a los docentes y a la comunidad universitaria en una incertidumbre que ahoga. Se discute el presupuesto como un gasto y no como la inversión fundamental que es.
Este debate nos obliga a mirar alrededor. Mientras en Argentina defendemos un sistema que es faro en la región, en países como Chile los jóvenes se endeudan por décadas para obtener un título. La educación pública y gratuita no es un regalo, es un pilar de soberanía y desarrollo que nos distingue. Es la herramienta que permite que un pibe o una piba, sin importar su cuna, pueda aspirar a todo. Ponerla en riesgo es comprometer el futuro colectivo.
No se puede hablar de la universidad sin recordar las páginas más oscuras. La “Noche de los Lápices” y la intervención y vaciamiento durante el último proceso militar no fueron ataques aislados; fueron parte de un proyecto para silenciar el pensamiento crítico que nace en las aulas. Cada vez que se desfinancia o se estigmatiza a la universidad pública, se lastima ese espíritu de libertad que costó vidas recuperar. Porque, en definitiva, una persona es verdaderamente libre cuando tiene la educación suficiente para elegir sin condicionamientos.
Lo que está en juego hoy se decidirá no solo en las paritarias, sino también en las urnas. La defensa del modelo universitario será, sin dudas, un eje central de cara a las elecciones de 2027. La sociedad deberá elegir qué proyecto de país quiere: uno que invierte en conocimiento y movilidad social, o uno que lo considera un costo a recortar. Desde la Patagonia, donde la Universidad Nacional del Comahue es motor de desarrollo y la única oportunidad para miles de jóvenes de la región, desde Catriel hasta el último rincón del Valle, esta discusión no es abstracta. Es el futuro de nuestras familias y de nuestra tierra.
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