Una sorpresiva intervención de Estados Unidos en el mercado cambiario argentino frenó una corrida y le dio aire al gobierno. La maniobra, anunciada por el secretario del Tesoro norteamericano, incluyó la compra de pesos y un swap millonario. Analizamos qué hay detrás de este gesto: ¿un respaldo genuino o una puerta de salida para los grandes fondos de inversión?
Cuando la soga apretaba el cuello del ministro Luis Caputo, con las reservas del Banco Central en rojo tras la liquidación del agro, llegó una mano desde el lugar menos esperado. El secretario del Tesoro de Estados Unidos, Scott Bessent, anunció vía redes sociales una intervención directa: su gobierno había comprado pesos argentinos. Un gesto político inusual, ejecutado una hora antes del cierre del mercado, que calmó las aguas de inmediato.
La jugada no vino sola. Bessent no solo compró moneda local, sino que elogió la política económica argentina, en particular la banda cambiaria, una herramienta que el FMI suele mirar con recelo. “Las políticas argentinas, cuando se basan en la disciplina fiscal, son sólidas”, afirmó. Este espaldarazo público busca tranquilizar a un mercado que veía cómo el dólar volvía a tensionarse peligrosamente.
Además del gesto simbólico, se confirmó un swap de monedas por 20.000 millones de dólares. Según especialistas, este tipo de acuerdos no implica una inyección de dinero fresco, sino una línea de crédito disponible como garantía. Funciona más como una señal de confianza para disuadir corridas que como una solución de fondo, un seguro contra incendios que se espera no tener que usar.
El anuncio se produce en un momento clave: justo antes de un fin de semana largo en ambos países y a días de una reunión entre Javier Milei y el presidente estadounidense en la Casa Blanca. El mensaje oficial es claro: Washington apoya el rumbo fiscal del gobierno argentino y no quiere que un colapso financiero descarrile el plan. Para la Casa Rosada, es una bocanada de oxígeno puro en medio de la tormenta.
Sin embargo, no todas las lecturas son tan optimistas. Analistas internacionales, como el economista Paul Krugman, sugieren que la movida podría tener otro objetivo: garantizar una salida ordenada a los fondos de inversión norteamericanos que apostaron por Argentina. Según esta visión, el “rescate” no sería para el gobierno, sino para los amigos de Wall Street que necesitan estabilidad para retirar sus ganancias antes de que el escenario electoral complique el panorama.
Desde el Alto Valle, estas noticias de las altas finanzas se sienten lejanas pero impactan de lleno. Cada vaivén del dólar define la rentabilidad de nuestra fruta, el costo de los insumos para las chacras y las posibilidades de inversión en Vaca Muerta. La calma financiera, aunque sea temporal y con motivaciones dudosas, es un respiro para una economía regional que necesita previsibilidad para producir y generar trabajo. La pregunta que queda flotando sobre el agua del río Negro es cuánto costará, y a quién beneficiará realmente, este repentino amor de Washington.
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