El Gobierno había anclado su estrategia económica en un mensaje de orden y previsibilidad. Tras la devaluación inicial de diciembre, se estableció un esquema de depreciación mensual controlada del 2% (crawling peg), prometiendo el fin de la multiplicidad de tipos de cambio y una paulatina normalización. Esta hoja de ruta transmitió una sensación de calma que, para muchos, parece haber llegado a su fin.
Sin embargo, la decisión de no actualizar el piso para las percepciones del Impuesto a las Ganancias y Bienes Personales que se aplican sobre el dólar tarjeta y turista rompe esa lógica. En la práctica, al mantenerse fijo el monto no imponible mientras la inflación avanza, cada vez más consumos quedan alcanzados por el recargo del 30% del Impuesto PAIS y el 30% de percepción. Esto genera lo que analistas definen como una devaluación encubierta para el consumidor final.
Lejos de ser un debate técnico, la modificación tiene consecuencias directas en la economía doméstica. Afecta desde la planificación de unas vacaciones familiares, un anhelo para muchos tras años de restricciones, hasta el costo mensual de herramientas digitales para profesionales o el simple acceso a plataformas de streaming. Se trata de un ajuste que impacta sobre el poder de compra de la clase media y sectores que intentaban sostener ciertos niveles de consumo.
Esta medida, si bien puede entenderse desde la necesidad oficial de reforzar la recaudación fiscal, introduce una nueva distorsión y ruido en el sistema. Contradice el discurso de unificación y simplificación cambiaria, ampliando nuevamente la brecha entre el dólar oficial y el que efectivamente pagan los ciudadanos. La confianza, un activo tan volátil como el propio dólar, vuelve a ponerse a prueba.
Desde el Alto Valle, esta noticia se recibe con particular atención. Para muchos vecinos de Neuquén y Río Negro, la cercanía con Chile convierte los viajes cortos en una opción frecuente, ahora nuevamente encarecida. Además, en una economía regional que busca diversificarse más allá de la fruta y el petróleo, el acceso a servicios y tecnologías dolarizadas es fundamental para pymes y emprendedores locales. Así, la promesa de estabilidad que se diluye en las oficinas de Buenos Aires se siente con fuerza en cada rincón de la Patagonia norte.
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